La estructura clásica de las células fotovoltaicas se basa en dos capas, N y P, respectivamente con cargas negativa y positiva. El circuito está formado por dos capas de dióxido de silicio y aluminio y la superficie antirreflectante es responsable de facilitar la absorción de la luz solar.

El funcionamiento de cada célula fotovoltaica se puede resumir —básicamente— en la absorción de una partícula de luz (el fotón) por la estructura. Dicho fotón, al entrar en contacto con la capa P, libera un electrón, que será transportado hacia el circuito para dar vida a la energía eléctrica. Cada célula está conectada a las demás células del módulo fotovoltaico a través de tiras metálicas que forman los circuitos necesarios en serie y en paralelo.