«Notar la presencia de un paisaje es un fenómeno extraño. Implica ser conscientes de nuestra propia intersubjetividad en un lugar que nos enseña que todo es parte del contexto. De ahí que, para que exista un paisaje, se necesita la existencia implícita de un sujeto observador, alguien que filtre a través de su experiencia y circunstancias nuestra voluntad de domesticar el pensamiento salvaje.

Podríamos decir entonces que existen paisajes fluctuantes, aquellos que brindan el escenario idóneo para la exploración y reinterpretación, donde se encapsulan los argumentos de las diferentes representaciones verbales y visuales que componen estos espacios adyacentes de intervención humana.

Este proyecto de investigación artística se inspira en la idea de atlas entendido como un conjunto de letras en el espacio que, actuando sobre una exposición concreta y un territorio delimitado, nos proporciona y asigna coordenadas para trazar líneas hacia otros conceptos.

Mapas de diversa índole que nos llevan a la configuración de otra idea global. Una idea que crece en un espacio elíptico entendido como algo vinculado a la trayectoria continua, a lo que entendemos como el camino o proceso del viaje que parece creado por accidente en un entorno imposible, y que en cambio está lleno de eventos y afectos intensivos.

En nuestro mundo es imposible escapar a la interconectividad de las esferas, la construcción de nuestra identidad individual y colectiva está inevitablemente ligada al paisaje, a lo que está en construcción que crece y se transmuta con nuestra intervención.

Pero también, dentro de estos espacios y territorios se ha producido un fenómeno que ya en los años 90 Mary Louis Pratt denominó “zona de contacto”, concepto que enmarcado dentro de los estudios poscoloniales nos hizo comprender mejor la asimetría de poder existente en algunos sistemas económicos y sociales para los que hoy somos herederos, formas de coacción que aún se reescriben desde los márgenes bajo la teoría de la alteridad, generando una estructura de la posible conjunción entre sujetos altamente opuestos.

Con ello, se configura un espacio en el que las culturas luchan bajo un contexto de poder y que se presenta como el lugar de la frontera, un espacio donde se producen intercambios y colaboraciones, pero también críticas y que a su vez implica ser “El lugar del malentendido, confusión, cartas devueltas, obras maestras incomprendidas y la absoluta heterogeneidad de significado“.

Con este escenario, vemos el lugar perfecto para que el arte pueda actuar por sí solo, porque destaca el valor del margen y porque representa el límite donde se aprecian claramente las propiedades contrarias de los sistemas.

Cuando nos encontramos en la zona de contacto y su multiplicidad, apreciamos el análisis de nuestros propios valores y el ángulo de visión se amplía, se vuelve más rico y significativo. El proyecto posterior al conflicto adquiere otro sentido y adquiere un nuevo pensamiento diferencial.»